Prólogo

El consenso es total:  la educación es la clave de nuestro futuro como país. La educación está en el centro de las preocupaciones de los padres y en el centro del debate. Los padres piden cada vez más a los proyectos educacionales que escogen, en formación ética y en preparación académica. Nos movemos hacia una sociedad que valora cada vez más la meritocracia y es cada vez más impaciente con las desigualdades injustas. Queremos que las recompensas provengan más del esfuerzo y talento personal, y menos de la cuna. Por eso, hablar de educación es hablar de la (in)justicia, de la (des)igualdad de oportunidades y de cómo corregirlas. Hablar de educación es pensar sobre el mañana de nuestros hijos y nietos, de la libertad para elegir y acceder a una educación de calidad, diversa y moderna. Una educación que no solo permita a las nuevas generaciones aprovechar la revolución tecnológica – que de lo contrario, por ejemplo, a través de la robótica, amenaza con acarrear cesantía – sino que también siente las bases de un progreso continuo que desenrede los nudos del subdesarrollo.

Como analizaremos en este libro, hay cambios recientes que son positivos, pero otros que no lo son, pues apuntan, más bien, a un “igualitarismo burocratizante” que achata, y en lugar de la diversidad premian la uniformidad. No estamos por volver al pasado. Nos preocupa el futuro. Estamos, a menudo, pensando y legislando desde el recelo y la desconfianza respecto de los padres y los educadores. Necesitamos un nuevo enfoque que matice y armonice medios y fines en el marco de una sociedad pluralista, en pleno proceso de modernización y movida por aspiraciones exigentes. Buscamos un nuevo equilibrio que abra oportunidades a través de una combinación de mérito y solidaridad. ¿Cómo subir la educación —sobre todo la de los más necesitados— a los famosos patines?

En ese sentido, este es un libro que va contra la corriente. No estamos siguiendo opiniones ni enfoques que sabemos consensuales y establecidos sino, con respeto, desafiándolos. Por supuesto, podemos estar equivocados. Pero aquí van nuestros argumentos y un conjunto de proposiciones pragmáticas, factibles.

Este es un libro que pretende revelar qué buscan los padres en los colegios y por qué. En lugar de querer corregir al modo paternalista las decisiones de los padres queremos, más bien, entender y explicar la racionalidad subyacente.

Este es un libro que argumenta a partir de la libertad y para la libertad. Se juega por la educación particular subvencionada y, a la vez, y a fondo, por potenciar la educación pública, una opción de calidad, que debe estar siempre disponible y gratis para todas las familias. Este texto hace propuestas concretas para revitalizarla e inyectarle importantes recursos. Por otro lado, se juega por los liceos de excelencia académica, pues permiten a jóvenes capaces y sin recursos, sobresalir e integrar a las capas dirigentes de Chile. Se trata de liceos meritocráticos y republicanos que es necesario fortalecer, pues en el último tiempo se los ha debilitado hasta el punto de que casi ya no pueden cumplir su misión histórica.

El lector encontrará en estas página datos nacionales e internacionales, experiencias y análisis, interpretaciones y reflexiones, críticas y proposiciones. Hemos tratado de evitar el lenguaje técnico apuntando un público general, a quien le interesa la educación, a los profesores que pasan gran parte de sus días en una sala de clases y a los apoderados que trabajan y se esfuerzan por dar a sus hijos la mejor educación posible.

Selección, desigualdad y educación temprana, segregación, equidad, cohesión social, efecto par, calidad educacional, sueldos y formación de los profesores, subsidio por alumno, financiamiento compartido, libertad de enseñanza, escuela pública y privada son algunos de los temas polémicos e interrelacionados que se mencionan y respecto de los cuales tomamos posición. En algunos casos, planteamos objeciones a las leyes que nos rigen y sugerimos modificaciones. Con todo, hay muchos temas relevantes que el libro no alcanza a abordar, como, por ejemplo, la manera en que la ley N° 20.845 elimina el lucro en las escuelas particulares subvencionadas, y sus efectos.

La experiencia internacional se tiene muy en cuenta en el momento de los análisis. Hay gran variedad de sistemas educacionales en el mundo y, quizás, las mayores similitudes con Chile, desde el punto de vista estructural, se encuentren en Holanda, Bélgica y Estonia, tres países que desatacan por su educación de excelencia. En los tres casos, los padres eligen la escuela de sus hijos y la educación se financia por la vía de un subsidio por alumno sin discriminar entre escuelas públicas y privadas. En Estonia, la mayoría prefiere asistir a escuelas públicas y se permite el financiamiento compartido. En Bélgica y Holanda más del 70 por ciento asiste a escuelas particulares subvencionadas y hay un subsidio mayor en favor de los alumnos más vulnerables.

Nada hay en los fundamentos de su estructura institucional que impida a Chile conseguir grandes resultados académicos. Y, sin embargo, sabemos, eso no ocurre. Los alumnos de alto rendimiento en matemáticas, según la PISA 2015, son un 1,4 por ciento en Chile, lo que se compara con un 10,7 por ciento en la OCDE. Y los de bajo rendimiento son un 49 por ciento contra un 23,4 por ciento en la OCDE. Hay un inmenso desafío en el campo de la calidad. Un 12,9 por ciento de la variación de los resultados en la prueba de ciencias de PISA 2015 se explica, en promedio, por el origen socioeconómico de los alumnos. En Chile ese número sube a un 16,9 por ciento. En esta dimensión los resultados de Chile son algo mejores que los de Francia: 20 por ciento con un sistema gratuito y estatal. Pero existe, por cierto, un inmenso desafío en la dimensión de la equidad.

Por otra parte, la variación de los resultados, por ejemplo, de matemáticas de cuarto básico, se explica menos por diferencias entre escuelas que por las diferencias al interior de la escuela. De hecho, como veremos, alrededor de un 70 por ciento de la variación de los resultados se debe a disparidades de rendimiento al interior de la escuela. Los resultados en las pruebas PISA tienden a confirmar el fenómeno. Esto calza con lo que declaran los profesores chilenos: lo que más dificulta la enseñanza, dicen, es la heterogeneidad de rendimiento dentro del mismo curso. Basta mirar y observar a las niñas y niños que están sentados en una clase para percibir sus distintas personalidades, sus diferencias. La educación debe ser flexible y adaptarse a alumnos con talentos, necesidades y aficiones diferentes. Otro desafío mayúsculo, entonces.

Uno de los aspectos que más preocupa a los padres es el orden y la disciplina. Y los datos muestran que la indisciplina dificulta el aprendizaje, en particular, en las escuelas del 10 por ciento con peor rendimiento. Según PISA, Chile es uno de los países donde el alcohol y la droga, en opinión del profesorado, más perjudica el rendimiento. Y este problema es más agudo en la educación pública que en la particular subvencionada.

Con todo, Chile tiene el mejor sistema educacional de Latinoamérica, según las pruebas PISA 2015. Y entre el 2000 y el 2015 su rendimiento en lectura subió un 49 por ciento, el país número 3 del mundo en términos de mejoría (tras Perú y Albania). En ese mismo período, el promedio de los países OCDE cayó un 3 por ciento y, por ejemplo, Finlandia, bajó un 20 por ciento. Y en matemáticas Chile no empeoró, en circunstancias que el puntaje promedio de los países que mide la prueba PISA cayó un 4 por ciento.

Por lo tanto, hemos progresado y podemos seguir haciéndolo. Pero ¿cuál es la clave para hacerlo? El profesorado. Mejorar significativamente la formación de nuestros educadores y sus remuneraciones son tareas principales. Desde nuestra perspectiva, es ahí donde debiéramos concentrar ahora todos nuestros esfuerzos.

Creemos posible combinar un sistema educacional que se base en la libertad de enseñanza, la libertad para escoger la escuelas más autónomas, la provisión mixta (pública, particular subvencionada y particular pagada) con calidad para todos, equidad y sin discriminaciones injustas. Es decir, pensamos que en un marco de libertad se puede compatibilizar la calidad para todos —y, en primer lugar, para los más necesitados—, la equidad y, a la vez, contrarrestar la segregación injusta, siempre y cuando el sistema esté diseñado teniendo presente los riesgos y establezca incentivos para minimizarlos. Hacemos proposiciones específicas al respecto. Por otra parte, no hay que confundir la segregación —en el sentido de discriminación que ofende la igual dignidad de las personas— con los procesos propios de la modernidad. En las sociedades pluralistas las personas se diferencian y rechazan el molde que intente uniformarlos.

Desde nuestra perspectiva, un sistema educacional basado en la libertad de enseñanza no tiene una finalidad única, no es una fábrica para producir un cierto tipo de personas o ciudadanos ni para que la población sea adiestrada en determinados aprendizajes, sino un conjunto de reglas que permiten que los educadores exploren y desarrollen proyectos educacionales diversos con tal de que cumplan, claro, con el currículum obligatorio nacional. El Estado tiene un papel insustituible en la regulación, fiscalización, orientación, información y de financiamiento. Pero no corresponde en una sociedad pluralista, que el Estado abrace una determinada concepción de la felicidad o una particular forma de vida y la inculque por la vía del sistema educacional. Por lo mismo no corresponde al Estado someter a todos los niños a un proyecto educacional único.

En una sociedad libre, el sistema educacional persigue una pluralidad de fines. Los proyectos educacionales deben ir surgiendo de la interacción de los educadores y los padres que los escogen para sus hijos. Y los motivos de la elección pueden ser muy variados, desde la cercanía de la casa hasta la religión, pasando por la personalidad del director, la calidad de la enseñanza, la infraestructura, la opinión de los conocidos, en fin. Si ciertos padres prefieren escuelas de menor rendimiento académico porque valoran más otros aspectos, como el clima escolar, por ejemplo, están en su derecho. Si creemos en la autonomía de las personas no corresponde coartarla o ponerle cortapisas porque no concordemos con las decisiones que emanan de ella. Una opción que siempre debe estar disponible, insistimos, es la de la escuela pública, laica, gratuita y de calidad.

Nos parece sospechosa la desconfianza hacia los padres. Como si las familias no supieran qué les conviene a su hijos y ciertos expertos sí que lo supieran. Nos parece sospechosa la desconfianza en nuestros educadores, lo que ocurre, en especial, en el ámbito de las escuelas públicas, donde los directores tienen pocas atribuciones y las normas vigentes diluyen las responsabilidades.

Valoramos las comunidades escolares que integran profesores, alumnos y padres afines a un determinado proyecto educacional. Creemos que las buenas escuelas tienden a ser comunidades que perduran en el tiempo, y dan sentido, y nutren de amigos y afectos que acompañan toda una vida. Estas páginas están escritas con ese espíritu.

Arturo Fontaine y Sergio Urzúa

Enero, 2018